Historia(s) del cine. Cómo afecta la pandemia mundial a la industria audiovisual

A propósito del cinematógrafo

Considero oportuno comenzar este texto planteando una pregunta cuya respuesta no es sino atrevida desde su mera concepción y que ya ha sido estudiada por otros teóricos a lo largo de la historia reciente. Muchos de estos intentos han sido en vano, pues buscar una respuesta concreta ante un problema de tales dimensiones supone, deliberadamente, caer en la nimiedad argumental que llega a acercarse, incluso, al absurdo. El interrogante que el lector, apuesto, ansía conocer es: ¿Qué es el cine?

En efecto, las mentes más ligeras y superficiales no pueden evitar dar una respuesta de naturaleza cognoscible sobre la materia estudiada, pero tan solo podrán caer en la banalidad; dado que, quizá, uno de los atributos más destacables del cine es su insondabilidad, su profundo ser incognoscible. Porque el cine es en sí mismo en tanto que el espectador es partícipe de sus mecanismos. Por tanto, el ser es la esencia misma del cine, que participa de la experiencia vital de cualquier mente cinematográficamente lasciva, si se me permite.

Pero, precisamente gracias a la complejidad de definir al cine como algo concreto, nos podemos permitir enfocar esta reflexión desde la naturaleza nostálgica que parece comienza a definir a nuestra generación; desde esos hijos de la muerte del analógico que viven y sueñan en la idea del “millenialismo”, romantizado por supuesto. Está emergiendo una vuelta a lo anterior, una redefinición de los géneros, una resignificación de la técnica, ante la amenaza, como ya se ha vivido en otra época, de los gigantes inamovibles que capitalizan las aclamadas “industrias culturales”, término hipócrita y contradictorio en sí mismo.

Propondremos en este punto, por ende, un símil con este resurgimiento artístico actual. La generación nacida en los 90 ha vivido el paso del VHS al DVD, y posteriormente al digital. Hemos vivido el declive de las cadenas de música con los casettes. Hemos vivido la grabación en Hi8 y las primeras cámaras “semi-digitales”. Y, lo más importante, hemos bebido el amor de nuestros padres a su generación y a sus costumbres, a su identidad. Una identidad, en España, plenamente post-franquista, en la que se nos ha educado en un aura mucho más limpia y sana que nunca. Esto, mezclado con los visionados en Cartoon Network o de un primitivo Disney Channel que suponen la época dorada de la televisión infantil en el comienzo del digital, con parrillas conquistadas por Doraemon, Código KND, Ed, Edd y Eddy, o Agallas, el perro cobarde, junto con nuestra experiencia en videoconsolas como Nintendo DS, PlayStation 1 y 2, con sus respectivas variaciones, han creado una nostalgia en nuestro interior que nos ha llevado a darle una nueva identidad al digital. Tratamos de instaurar un modelo de filosofía analógica dentro de un paradigma sumido en la digitalización extrema. Pruebas de ello son el desarrollo del género musical “LoFi” (Low Fidelity), cuyo nacimiento podríamos atribuirlo a los 90, con una técnica de producción en la que se utilizaba unos medios anticuados, cuya armonía se basa en mezclar el jazz y el hip hop. Es la reelaboración del sample como unidad de creación. Y, por supuesto, es un reflejo del intimismo humano propio de nuestro momento, de la evasión del mundo que necesitamos, del ansiado cobijo mental que no somos capaces de encontrar.

Es curioso, si analizamos la historia del cine, ver cómo, tras una gran crisis que ha puesto contra las cuerdas al cine (o más acertadamente al cine como industria, no como medio artístico), se ha dado un nuevo gran nacimiento. Es por ello que en este mes abriremos un conjunto de escritos, en formato dossier, en los que analizaremos esta cuestión de manera amplia y detallada. En esta primera entrega proponemos una reflexión acerca de la gran crisis que nos afecta directamente a nosotros en lo relativo al sector cultural.

¿Cómo afecta a la producción, distribución y exhibición de películas y programas/series de televisión?

El análisis de la producción, distribución y exhibición de películas y programas o series de televisión lo abordaremos atendiendo a dos instancias: la primera, temporal (analizaremos la situación desde el comienzo de la pandemia hasta la actualidad) y la segunda, espacial (acotando del ámbito internacional al nacional).

El pasado mes de marzo, Hollywood sufrió un fuerte impacto. Había que quedarse en casa, y ello significaba el cese de los rodajes. Los estudios tuvieron que paralizar los millones de dólares que tenían destinados a la producción de material propio, y con ello, sus trabajadores. Las series que se estaban produciendo, y que tenían su fecha de estreno prevista para otoño, no podrían estrenarse, con la consecuencia económica que ello supone. Pero, realmente, los que más sufren esta situación son los empleados “freelance”, aquellos que dependen íntegramente del rodaje, dado que no pueden trabajar desde casa. Es destacable la actividad de Netflix, empresa de la que hablaremos en el segundo punto, y de Disney, la cual mencionaremos superficialmente posteriormente.

Pero más allá de Hollywood, nos interesa saber qué sucede en España. Nuestra industria es mucho menor que la estadounidense. Pero sí que debemos enfatizar cuáles son los productos que pueden seguir su curso natural. Las series diarias, gracias al adelanto que tienen en el rodaje de sus episodios, no han cesado su emisión, por lo que las parrillas de programación en ciertas franjas horarias han podido seguir emitiendo dichos programas. En marzo se cerraron las salas de cine, y, si ya de por sí sufrían un mal momento, ha supuesto una caída total de la taquilla española, como es lógico. Para que veamos el impacto que tiene este hecho, el año pasado y solo en Madrid, la taquilla recaudó 625 millones de euros. Hay una gran incertidumbre en cuanto a qué pasará con las salas cinematográficas, y cómo saldrán de esta situación, de lo que hablaremos en el segundo punto también. Pero lo que es cierto es que los vaivenes en cuanto a las restricciones (cuya efectividad es digna de ser planteada) están profundizando la herida causada sobre el sector.

A lo largo de los más de dos meses de confinamiento, el sector cultural intentó, en alguna ocasión, buscar medidas para su supervivencia. A pesar de ello, los tintes políticos han estado presentes en diversos arrebatos de ciertos colectivos hasta el momento. Un caso claro fue la petición por la ACC de implantar unas determinadas medidas a la Generalitat, entre otros casos, en la que se veló por la integridad de la cultura como sector imprescindible.

Pero, ¿cómo han evolucionado los rodajes en el período post pandémico? En la Guía de buenas prácticas de medidas especiales para la prevención de riesgos laborales del sector audiovisual, publicado el 14 de mayo de 2020, se recoge, entre otras medidas, la realización de test cuando estén disponibles, un acceso escalonado al set, dependiendo de a quién le toque trabajar en cada momento, establecer material propio (como maquillaje), entrega de kits de EPI’s diario, o el uso individual de equipo técnico (como walkie-talkies).

¿Cómo afecta a la convergencia y a la digitalización?

La caída de las salas de exhibición de la que hablábamos en el punto anterior es contraria al auge de las plataformas de streaming. Y es que cuando hablamos de cómo ha afectado la pandemia a la digitalización, no podemos evitar hablar de dichas plataformas. Absolutamente todas han crecido. Netflix ha tenido 15 millones de nuevas suscripciones, y ha ganado 5768 millones de dólares en el primer trimestre de 2020. En marzo, y solo en España, el crecimiento de Netflix fue de un 108%. En el caso de Disney+, que tuvo su lanzamiento el pasado 24 de marzo, su mayor crecimiento se ha dado en Estados Unidos.

Realmente el problema no lo tienen las plataformas de streaming actualmente. El problema ha venido en la gestión de la industria en los meses siguientes al confinamiento, cuando todos hemos sido testigos de cómo las “industrias culturales” han velado únicamente por la integridad de la primera palabra del término. Un claro ejemplo de ello es Disney + y su plan premium de estrenos. En los últimos días ha dado a conocer su pretensión de centrarse únicamente en sus estrenos en plataforma, dejando totalmente de lado a las que han sido sus compañeras de vida: las salas. Y es que son estas grandes empresas las que están en posición de jugar a ser un dios con el futuro de las salas. Otras compañías como Warner parece que rema un poco más a favor de ellas, aunque continuamente suponen un obstáculo para las exhibidoras tradicionales, como con el estreno de Wonder Woman 1984 (Patty Jenkins, 2020), planeado para mucho antes.

Cabe plantearse ante esta situación si deberían tomarse medidas legales, parecidas a los Decretos Paramount, que fuercen a las compañías a estrenar en sala. Y a colación de los decretos mencionados, el pasado verano una juez derogó la medida de 1948. Esta medida fue impuesta para tratar de controlar en su momento que las grandes productoras no pudieran ser dueñas de las salas de cine, controlando por completo el mercado y dejando fuera a, posiblemente, la mayoría de las películas independientes. ¿Qué puede causar esto? Para empezar, partimos de que la medida se ha tomado con el ex-presidente Donald Trump al mando, y fruto de las ideas pro-monopolio de sus políticas. Por el lado más positivo, podríamos sacar que es una oportunidad perfecta para que las salas salgan adelante. De hecho, me atrevo a decir que es prácticamente la única manera que tenemos de que el concepto de ir al cine no quede en la nostalgia de determinadas generaciones. Pero, mirémoslo desde la perspectiva negativa y, desgraciadamente, más realista. Esta derogación favorece y refuerza a las grandes empresas, como Netflix, HBO, Disney +, y su apuesta por el servicio de streaming. En cualquier caso, la politización de la cultura está abocada al peor augurio que se pueda presagiar.

Otra de las grandes beneficiadas ha sido la proyección en autocines. Sus características hacen que sea una de las opciones más seguras y rentables del momento para la exhibición. El distanciamiento social es totalmente apto, por lo que podrían convertirse en uno de los principales objetivos de las grandes corporaciones para estrenar sus productos sin perder tanto. Este hecho es tan importante que en Alemania han pasado de tener 2 licencias a 43.

¿Cómo afecta a la diversidad cultural?

Me gustaría plantear este punto con la delicadeza que merece. Actualmente estamos atravesando una de las mayores crisis de la historia. El sector cultural está comenzando a sufrir las consecuencias. Las artes visuales han caído entre un 20% y un 40% respecto al año anterior. Tomando el ejemplo de Netflix, no se ha luchado para que sea un referente en cuanto a exposición cultural. No se busca que Netflix sea una ventana al público de lo que es realmente la cultura cinematográfica (a lo que cabría preguntarse qué es cultura cinematográfica). Busca el consumismo, busca el negocio y el dinero, que desemboca en acabar con la democracia cultural en la que vivimos. Porque ellos son los que dictan qué es cultura y qué no, al fin y al cabo. Si Netflix no pone el dinero, los trabajadores independientes están abocados al fracaso. Porque si su película no vende tanto como un blockbuster, no entrará en su lista de prioridades. De hecho, esto ha sucedido con grandes directores como Martin Scorsese: nadie se ofrece a producir The Irishman (2019), y Netflix decide producírsela. ¿Cuál es el problema? Que solo exhibe su película en salas durante 2 semanas y en contadas salas.

Esta pandemia puede haber supuesto el empujón que el mundo digital necesitaba para acabar con el tradicional, en el que la gente iba al cine, o asistía a una firma de libros, o compraba el CD de su cantante favorito.

Y otro de los grandes problemas a los que se enfrenta el cine minoritario es el de los festivales. Con la cancelación de muchos de los grandes, o la emisión online de algunos pequeños, no hay un reconocimiento y una cobertura mediática que permita a los pequeños e independientes productores y cineastas sobrevivir en un mercado tan competitivo como el actual.

El punto positivo de todo esto es que, al menos, el ICAA ha convocado una ayuda a la distribución de cine independiente de 2,5 millones de euros ampliables. Al fin y al cabo, considero que los cines independientes dependen absolutamente de las medidas que tomen los gobiernos; aunque en España, precisamente, esta cuestión es digna de ser estudiada en profundidad.

¿Cómo afecta al sector audiovisual, y, en términos más amplios, a las industrias culturales españolas?

Más que dar datos económicos esbozados en un futuro incierto, me gustaría plantear la pregunta en un sentido culturalmente introspectivo. Este parón ha servido para plantearnos el curso que la cultura debe seguir, y, por tanto, las industrias culturales. Al fin y al cabo, la cultura está sufriendo una crisis de auto-definición en los últimos años. Esta crisis cultural no tiene nada que ver con una crisis de las industrias culturales, que, por el contrario, han tenido un incremento de beneficios en algunos casos. Plantearnos quiénes son los que nos dictan qué es cultura y qué no, y por qué nosotros aceptamos esas definiciones, son las grandes preguntas que la sociedad y el sector cultural han empezado a plantearse actualmente.

Estamos en un momento, que me aventuro a afirmar, trascendental para la historia cultural de la actualidad. Tal y como apunta Carlos Rivero en su artículo “Repensar la cultura tras el Covid-19” para El Salto:

“Se está poniendo en jaque la industria cultural, en ningún caso la cultura […] ¿Qué labor social realmente esencial está desempeñando la industria cultural? ¿Hay un interés real por el crecimiento artístico, intelectual y espiritual de la comunidad o no es más que un fraudulento trampantojo cuyo reverso al ser destapado desemboca en un planteamiento individualista de supervivencia y defensa de “lo mío”?”.

Las industrias culturales son las que se amoldan a las exigencias culturales. Es ahora cuando hay que luchar porque el cine no se estrene en Netflix, o los libros no se lean en formato e-Book. Es ahora cuando podríamos plantearnos la relevancia que realmente tiene la cultura en nuestras vidas, y no intentar sabotearla constantemente con actos como el pirateo, en todos sus sentidos (aunque ese es otro tema de estudio).

Debemos abogar por una cultura libre y remunerada, por unos salarios dignos y por darle el valor que se merecen todos aquellos que viven por y para la cultura. Debemos plantearnos el curso que deben seguir las industrias culturales y las políticas culturales de nuestro país. Si, al fin y al cabo, la cultura es la huella del paso de la humanidad por este mundo, quizá deberíamos plantearnos qué queremos que quede impreso en nuestra memoria colectiva.

Bibliografía

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